dimecres, 1 de desembre del 2010

El Tió de Nadal


En tierras catalanas, una ceremonia navideña popular es el “Caga Tió”. El origen se remonta en la noche de los tiempos y proviene del antiguo culto a un amuleto protector que hacía más apetecibles las frías noches hogareñas de invierno. Este fetiche no es otra cosa que un pedazo de madera seca ya listo para arder en la hoguera de las casas; pero que, por las formas de su silueta y por los comentarios entrañables  que  todavía generan, ha hecho desde hace siglos un poco más tiernas las navidades. Quizás visto desde otras latitudes parecerá abstracto aunque para entenderlo mejor hace falta vivirlo con ojos infantiles.  Por cierto, ¿quién no lo ha sido alguna vez?
Entorno las vísperas del 25 de Diciembre, la tradición se renueva cada año. No existe una ley, tampoco hay un manual de instrucciones preciso, pero entre 10 o 15 días antes de la fecha señalada es costumbre ir a buscar “El Tió” (tronco de árbol o cepa de volúmenes y formas dispares) el cual se ha pasado dormido casi 12 meses en el desván, en el garaje o, por citar otro lugar con aspecto bucólico, en el bosque. La responsabilidad de acercarse a despertar el misterioso tótem es tarea que recae en las abuelas y abuelos en compañía de sus apreciados retoños que les siguen en el quehacer.
Llegados a este punto, cada maestrillo tiene su librillo. Por citar un ejemplo próximo, mi querida madre  convoca a sus cuatro nietos a que le ayuden a sujetar una escalera, puesto que tiene en un rincón en lo alto del armario al ilustre huésped reposando alejado del mundanal ruido. Hace falta ejecutar la acción en el más estricto silencio ya que de lo contrario un mal despertar podría romper el mágico hechizo.
A partir de aquí, el anfitrión de madera será aposentado en un lugar relevante de la casa que suele ser el comedor, a los pies del televisor, donde se pone al día de las noticias, o la cocina, donde  recibirá todo tipo de cuidados por parte de los peques que harán las funciones de encargados de que no le falte cobijo alguno.
Es menester alimentar correctamente al robusto invitado, el cual se caracteriza por tener como mínimo dos orificios.  Hojas de col, piel de patata, rebanadas de pan, un vaso con agua o porque no también galletas de chocolate son algunos de los alimentos que configuran su dieta calorífica. En fin, todo dependerá de las buenas manos de las abuelas en la cocina y,  como no, de sus fieles ayudantes.
Un detalle imprescindible. Sin que se den cuenta alguna los chavales, deberá desaparecer delante de sus propias narices todo resto de comida del plato del invitado navideño.   Fascinantes sin duda los comentarios que hacen niños y niñas al respeto. Las caras de incredulidad son,  en todas las casas, de fotografía.
A menudo que van transcurriendo las jornadas, el ambiente va caldeándose.  El objetivo es claro y se sustenta bajo una lógica infantil aplastante.  Como si se tratara de un ser humano, cuantos mayores sean las comilonas que haga el huésped de honor durante los días anteriores a la Navidad, mayores serán sus necesidades básicas  de evacuar por la parte trasera.  Obviamente el tema tiene una lectura escatológica pero es altamente resultón y funcional, puesto que los menores se vuelcan a recoger en el día de Navidad los dulces que expulsan. Manos les faltan para agarrar todo tipo de golosinas.  Funciona, está demostrado.
Por lo que refiere a la hora de autos varia en función de las necesidades particulares de cada familia.  La tradición dicta que la noche del 24 de Diciembre, después de la celebración religiosa de la Misa del Gallo,  los feligreses vuelven a sus hogares a festejar en la intimidad el nacimiento del Niño Jesús cantando villancicos y picoteando los dulces que “El Tió” suelta: turrones, frutos secos, barquillos... remojando el reencuentro familiar con un poco de cava.
Si bien en los tiempos que corren existe total flexibilidad de horas, lugares y sitios donde pueda llevarse a cabo el tradicional acto. Su popularidad se reinventa porque se celebra en todo tipo de espacios. En las escuelas, la última tarde antes de empezar las vacaciones navideñas; en reuniones festivas de entidades asociativas; en centros comerciales fomentando la venta de juguetes, en plazas públicas… animalizando a lo catalán con una barretina, cara y patas, el troncho.   
El ritual, en todas partes, de “El Tió”, sigue un guión no escrito pero conocido por todos. Hace falta acercarse con un bastón al talismán y al compás coral de la  tradicional canción reivindicativa, golpear con fervor al leño que se encuentra recubierto bajo de una manta que esconde las golosinas que hacen la delicia de chicos y chicas.
De versiones y letras de la canción, casi seguro que hay muchas más que pueblos donde se “Caga el Tió”. Como muestra, un botón. He aquí la que aprendí de pequeño en casa de mis abuelos:

Caga Tió,
Tió de Nadal.
No caguis arengades,
que son salades.
Caga torrons,
 que son més bons.
Si no vols cagar...
un cop de bastó i ja està!

Y es que en todas partes, hay una única intención; desvelar aunque sea a base de porrazos el tronco mágico lo antes posible para que “cague” caramelos.  Nada alejado a lo que anhelaban  nuestros antepasados comunes cuando a lo largo del invierno estaban ansiosos de que despertara pronto la naturaleza para que los árboles dieran de que comer. ¿Verdad que a nadie le amarga un dulce?

Texto: Antoni Serés i Aguilar /  Centre de Promoció de la Cultura Popular i Tradicional Catalana (CPCPTC)
Fotografia: Arxiu Cuyàs / CPCPTC
Página web. de interés:  http://cultura.gencat.cat/cpcptc

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