En
tierras catalanas, una ceremonia navideña popular es el “Caga Tió”. El origen se remonta en la noche de los tiempos y proviene
del antiguo culto a un amuleto protector que hacía más apetecibles las frías
noches hogareñas de invierno. Este fetiche no es otra cosa que un pedazo de
madera seca ya listo para arder en la hoguera de las casas; pero que, por las
formas de su silueta y por los comentarios entrañables que todavía generan, ha hecho desde hace siglos un
poco más tiernas las navidades. Quizás visto desde otras latitudes parecerá
abstracto aunque para entenderlo mejor hace falta vivirlo con ojos infantiles. Por cierto, ¿quién no lo ha sido alguna vez?
Entorno
las vísperas del 25 de Diciembre, la tradición se renueva cada año. No existe
una ley, tampoco hay un manual de instrucciones preciso, pero entre 10 o 15
días antes de la fecha señalada es costumbre ir a buscar “El Tió” (tronco de árbol o cepa de volúmenes y formas dispares) el
cual se ha pasado dormido casi 12 meses en el desván, en el garaje o, por citar
otro lugar con aspecto bucólico, en el bosque. La responsabilidad de acercarse
a despertar el misterioso tótem es tarea que recae en las abuelas y abuelos en
compañía de sus apreciados retoños que les siguen en el quehacer.
Llegados
a este punto, cada maestrillo tiene su librillo. Por citar un ejemplo próximo,
mi querida madre convoca a sus cuatro nietos
a que le ayuden a sujetar una escalera, puesto que tiene en un rincón en lo
alto del armario al ilustre huésped reposando alejado del mundanal ruido. Hace
falta ejecutar la acción en el más estricto silencio ya que de lo contrario un
mal despertar podría romper el mágico hechizo.
A
partir de aquí, el anfitrión de madera será aposentado en un lugar relevante de
la casa que suele ser el comedor, a los pies del televisor, donde se pone al día
de las noticias, o la cocina, donde
recibirá todo tipo de cuidados por parte de los peques que harán las
funciones de encargados de que no le falte cobijo alguno.
Es
menester alimentar correctamente al robusto invitado, el cual se caracteriza
por tener como mínimo dos orificios. Hojas
de col, piel de patata, rebanadas de pan, un vaso con agua o porque no también
galletas de chocolate son algunos de los alimentos que configuran su dieta calorífica.
En fin, todo dependerá de las buenas manos de las abuelas en la cocina y, como no, de sus fieles ayudantes.
Un
detalle imprescindible. Sin que se den cuenta alguna los chavales, deberá
desaparecer delante de sus propias narices todo resto de comida del plato del
invitado navideño. Fascinantes sin duda
los comentarios que hacen niños y niñas al respeto. Las caras de incredulidad
son, en todas las casas, de fotografía.
A
menudo que van transcurriendo las jornadas, el ambiente va caldeándose. El objetivo es claro y se sustenta bajo una
lógica infantil aplastante. Como si se
tratara de un ser humano, cuantos mayores sean las comilonas que haga el huésped
de honor durante los días anteriores a la Navidad , mayores serán sus necesidades básicas de evacuar por la parte trasera. Obviamente el tema tiene una lectura escatológica
pero es altamente resultón y funcional, puesto que los menores se vuelcan a
recoger en el día de Navidad los dulces que expulsan. Manos les faltan para
agarrar todo tipo de golosinas. Funciona,
está demostrado.
Por
lo que refiere a la hora de autos varia en función de las necesidades
particulares de cada familia. La
tradición dicta que la noche del 24 de Diciembre, después de la celebración
religiosa de la Misa del Gallo, los feligreses vuelven a sus hogares a
festejar en la intimidad el nacimiento del Niño
Jesús cantando villancicos y picoteando los dulces que “El Tió” suelta: turrones, frutos secos, barquillos... remojando el reencuentro familiar
con un poco de cava.
Si
bien en los tiempos que corren existe total flexibilidad de horas, lugares y
sitios donde pueda llevarse a cabo el tradicional acto. Su popularidad se
reinventa porque se celebra en todo tipo de espacios. En las escuelas, la
última tarde antes de empezar las vacaciones navideñas; en reuniones festivas
de entidades asociativas; en centros comerciales fomentando la venta de
juguetes, en plazas públicas… animalizando a lo catalán con una barretina, cara
y patas, el troncho.
El
ritual, en todas partes, de “El Tió”,
sigue un guión no escrito pero conocido por todos. Hace falta acercarse con un
bastón al talismán y al compás coral de la tradicional canción reivindicativa, golpear con
fervor al leño que se encuentra recubierto bajo de una manta que esconde las golosinas
que hacen la delicia de chicos y chicas.
De
versiones y letras de la canción, casi seguro que hay muchas más que pueblos donde
se “Caga el Tió”. Como muestra, un
botón. He aquí la que aprendí de pequeño en casa de mis abuelos:
Caga
Tió,
Tió de
Nadal.
No
caguis arengades,
que son
salades.
Caga torrons,
que son més bons.
Si no vols cagar...
un cop de bastó i ja està!
Y
es que en todas partes, hay una única intención; desvelar aunque sea a base de
porrazos el tronco mágico lo antes posible para que “cague” caramelos. Nada alejado
a lo que anhelaban nuestros antepasados comunes
cuando a lo largo del invierno estaban ansiosos de que despertara pronto la
naturaleza para que los árboles dieran de que comer. ¿Verdad que a nadie le
amarga un dulce?
Texto:
Antoni Serés i Aguilar / Centre de
Promoció de la Cultura
Popular i Tradicional Catalana (CPCPTC)
Fotografia:
Arxiu Cuyàs / CPCPTC
Página web. de interés: http://cultura.gencat.cat/cpcptc
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